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Memorias trans: apuestas de vida frente a los crímenes de odio en Centroamérica

Memorias trans: apuestas de vida frente a los crímenes de odio en Centroamérica

¿Cuál es la situación actual frente a los crímenes de odio en Centroamérica?
¿Cómo sobrellevan las personas trans los crímenes de odio de sus amigxs, compañerxs, colegas, cómplices y amorxs?
¿Por qué nos asesinan tanto?

Aunque las condiciones de vida de las personas trans en Centroamérica históricamente han sido producidas desde la violencia estructural de un cistema heterosexual colonial que niega nuestras existencias y que justifica y normaliza la violencia en contra de nuestros cuerpos, llama la atención que en los últimos años se han intensificado los discursos de odio y las prácticas violentas en contra de poblaciones disidentes sexuales y de género. No es casualidad por ejemplo que, para el caso de Guatemala, durante el año 2021 el Centro de Documentación y Situación Trans en Latinoamérica y el Caribe (CeDoSTALC) reportó 153 casos de violación a derechos humanos a mujeres trans en Guatemala y 8 transfemicidios. 

Ante este contexto y con el deseo de continuar con los ejercicios de diálogo y memoria oral con activistas centroamericanxs, para este reportaje conversé con Nahil Zerón de la organización Cattrachas en Honduras y con Stacy Velásquez de O-trans Guatemala, ambxs activistas trans, quienes desarrollan proyectos de observación y monitoreo de violación a derechos humanos y crímenes de odio.

«Hasta cometer un crimen contra una persona LGBT es normal» Stacy Velásquez

Fotografía de archivo personal, tomada en las oficinas de OTRANS-RN.

Analizar el contexto actual de los crímenes de odio en Centroamérica frente a la creciente intensificación de los movimientos fundamentalistas que se hacen llamar “provida”, pone en evidencia la doble moral e hipocresía del Estado, la sociedad y las instituciones religiosas, quienes dicen defender la vida a la vez que impulsan iniciativas de ley y discursos que atentan contra los derechos humanos básicos de las personas disidentes sexuales y de género, y cuyos efectos se ven reflejados en las estadísticas de muertes violentas y condiciones de violencia y desigualdad extrema que viven estas poblaciones en la región. 

Para Stacy Velásquez, directora de la organización OTRANS-RN (https://es-la.facebook.com/reinasdelanoche1), los «crímenes de odio son todos aquellos crímenes basados en prejuicios por orientación sexual, expresión e identidad de género. Eso, por un lado, pero también son todos aquellos crímenes que por sistemas sociales o culturales tradicionales tienden a ser aceptados, o no visibilizados dentro de la sociedad, porque hasta cometer un crimen contra una persona LGBT es normal» (S. Velásquez, comunicación personal, 27 de mayo de 2022)

La normalización de la violencia es un proceso que involucra tanto a la sociedad como al Estado. Así nos dice Nahil Zerón desde la experiencia de Cattrachas (https://www.cattrachas.org/) en Honduras, una organización que registra las muertes violentas de personas LGBT y que realiza trabajo de monitoreo de medios y litigio estratégico. «Muchas veces se ha reportado a la persona que ha asesinado a una persona LGBT y es capturada [hasta] que luego asesina a muchas [otras] personas más. Sin embargo, no es capturada cuando se trata de personas LGBT. Hemos visto este caso de manera repetitiva y es casi como un mensaje muy simbólico de decir, bueno, no nos interesa tanto investigar estas muertes» (N. Zerón, comunicación personal, 29 de mayo de 2022)

La impunidad de la que gozan estas prácticas violentas también tiene que ver con que este tipo de crímenes no están reconocidos en el código penal de la mayoría de países en la región. Sin embargo, la tipificación de éstos en el marco legal tampoco garantiza el acceso a la justicia, ni siquiera el acceso al reconocimiento a nuestra identidad. «Cattrachas fue parte de que se creara en el código penal el agravante por orientación sexual e identidad de género (…) Sin embargo desde que se estableció este agravante, nunca se ha utilizado aún, ni siquiera en las sentencias condenatorias que tenemos; y bueno, esto empieza desde el momento en que, por ejemplo, en el caso de una mujer trans, no la reconocen como una mujer trans. No hay un reconocimiento de la identidad»

Estas trampas del cistema nos muestran lo enmarañado que está el poder en relación a las existencias trans, pues la falta de eficacia de estos aparentes avances en materia legal tiene muchas raíces. 

Por un lado, en los países centroamericanos aún no existe una ley de identidad de género que permita a las personas trans ser reconocidas legalmente y acceder a sus derechos humanos básicos como identidad, salud, vivienda, educación, etc. Tampoco existen políticas que impulsen procesos de formación y sensibilización desde instituciones estatales para transformar los estereotipos y prejuicios sociales y culturales a razón de género y orientación sexual, y así podríamos enlistar muchas faltas más. Evidentemente no existe la voluntad política de transformar las naciones heterosexuales, y más bien las únicas e incipientes iniciativas estatales parecen avanzar para atender a las muertes, pero no para apostar a la mejora de la vida de las personas y al cese de la violencia.

Imagen cortesía de Stacy Velásquez

«La sociedad en general ejerce violencia» Stacy Velásquez

Los diferentes tipos de violencia que experimentamos como personas tienen que ver con los lugares a los que somos asignadxs en la sociedad desde las imposiciones de género, clase, racialización, entre otras, y a partir de ahí, también con los privilegios de los que nos beneficiamos o no.  

También influyen mucho los mandatos que transgredimos, ya que la violencia no se expresa de la misma forma para mujeres y hombres trans, gays, lesbianas o bisexuales, y en ese sentido, sus formas de corrección y sometimiento operan a través de diferentes prácticas y símbolos.  

Desde este análisis de las violencias diferenciadas, Nahil comenta que se interesaron por analizar las muertes de las mujeres trans mayores de 35 años, ya que «nos dimos cuenta de que había un patrón. Primero, de que las mujeres que teníamos registradas mayores de 35 años, no se dedicaban ya al trabajo sexual. Se dedicaban a un negocio más propio como un salón de belleza, un lugar de comer, una abarrotería pero siempre dentro de su domicilio Y luego lo que identificamos es que estaban siendo asesinadas en esos lugares y tenían diferentes patrones o señales de odio y prejuicio (…) Y nos dimos cuenta que las personas que luego estaban siendo capturadas eran personas de la misma comunidad, es decir, que nos daba como un patrón de bueno, si sos trans y estás en el trabajo sexual bueno, dale, ahí es tu lugar, pero si salís de ese espacio y tratás de insertarte de alguna forma socialmente era casi como un recordatorio de la sociedad diciéndote, pues no»

Para el caso de las mujeres trans en Guatemala, Stacy señala que el principal tipo de abuso contra ellas es la discriminación, seguido de la violación, golpiza, intimidación, amenaza y asesinato. Según el informe Sin Justicia Sin Igualdad (2021), los lugares más comunes donde se ejerce violencia son las áreas urbanas y los espacios públicos. Los agresores tienden a ser personas desconocidas, fuerzas de seguridad o prestadores de salud. 

Generalmente ante este tipo de agresiones las personas espectadoras no intervienen ni ofrecen ayuda, y más bien observan con morbo a las personas trans que son agredidas. 

En este sentido, es urgente dejar de pensar la violencia meramente como un acto de violencia física o directa, y reflexionar sobre cómo cada quien aporta individual y colectivamente a la materialización de los crímenes de odio a través de la indiferencia o de expresiones “sutiles” que se justifican como “micro agresiones”, como los chistes, los memes, las bromas, etc., pero que en realidad son expresiones violentas que reproducen los estereotipos, prejuicios y discriminación hacia las personas disidentes sexuales y de género.

«La memoria también puede hacer justicia» Nahil Zerón

Foto tomada del informe Sin Justicia Sin Igualdad de O-trans Guatemala, 2021.

Del 2017 al 2021, 86 mujeres trans fueron asesinadas en Guatemala. Cada una de ellas formaba parte de familias, comunidades, redes afectivas, círculos sociales, espacios de acción política. 

Tanto en la experiencia de Nahil como de Stacy recientemente junto a sus organizaciones vivieron en carne propia la pérdida violenta de dos compañeras activistas, Thalía Rodríguez en Honduras y Andrea González en Guatemala. Ambas defensoras de derechos humanos al servicio de las comunidades trans y parte de la red de afectos de Nahil y Stacy. Lamentablemente, a pesar de sus esfuerzos los casos hasta ahora se mantienen impunes. 

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Sin embargo, así como hablar de crímenes de odio implica poner en relación los marcos jurídicos, los imaginarios sociales y culturales, también atraviesa las relaciones afectivas, y las formas de creatividad y resiliencia de las personas que sobreviven a la violencia y se agencian del dolor para intentar transformar las condiciones de opresión que experimentan. 

Para Nahil «es bastante difícil cuando lo vivís cotidianamente, cuando te traspasa a vos por el cuerpo, pero tener un espacio como éste donde primero sentís que estás haciendo algo para tratar de cambiar estas cosas y luego la forma en la que con la organización desarrollamos como espacios más fuera de la ciudad. Siempre decimos que nos gusta hacer cosas extremas para sacar el dolor, entonces nos dedicamos a hacer eso, deportes extremos, literal tirarnos del canopy más alto de Centroamérica y gritar y cosas así»

Por otra parte, las luchas legales que han llevado desde Cattrachas han obtenido, más que sentencias, también formas de reparaciones simbólicas, como lo fue en el caso de Vicky Hernández, una joven trans asesinada en 2009 a manos del Estado de Honduras, cuyo proceso de reparación contempla acciones públicas y simbólicas. 

«Junto con lo de la sentencia de Vicky este 9 de mayo una de las cosas que [el Estado] tenía que hacer era un perdón público por las muertes y asesinatos de las personas LGBTI durante el 2009, y que bueno, nos parece también simbólico, pero sabemos que no lo es todo, y siempre va haber un cuestionamiento de por medio en esto, pero es algo que nunca se ha hecho en la historia de Honduras» 

Otras formas de resistencia y sanación que podemos observar en la región son la creación de archivos históricos y los procesos de construcción de memoria histórica, pues como ambxs destacan, la memoria es también una forma de hacer justicia y de sanar. 

Actualmente O-trans se encuentra en la construcción del archivo histórico de mujeres trans en Guatemala, y para Stacy el proceso de construir historia va ligado a un proceso mucho más profundo. «Para nosotras sanar es tejer historia también, los procesos de sanación son procesos que nos dejan historia»

Queda mucho de lo conversado con Nahil y Stacy por fuera de esta escritura, pero si en algo percibo claridad es en que los crímenes de odio van mucho más allá de la acción de violencia física y más bien se consolidan a través de múltiples acciones estructurales y cotidianas que nos involucran a todxs y que tenemos que transformar. Las trincheras de lucha son diversas y todas necesarias. Como expresa Stacy, «necesitamos cambios estructurales a nivel de leyes, que el Estado reconozca las orientaciones sexuales, las identidades de género y las familias diversas, [pero] también necesitamos promover culturas amigables, de no discriminación», que fomenten el respeto a la diferencia y que impidan el ejercicio del poder y la violencia de otrxs sobre nuestros cuerpos.

Imagen cortesía de Cattrachas.

Bibliografía

(2021). Sin Justicia Sin Igualdad. Situación de los Derechos Humanos de las Mujeres Trans en Guatemala 2021. Organización Trans Reinas de la Noche .

https://www.cattrachas.org/

https://es-la.facebook.com/reinasdelanoche1/

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