Movimientos sociales dinámicos, fuertes y sostenibles son aquellos que convocan a personas diversas. En este artículo, hablando de los movimientos de mujeres y de los contextos difíciles en los que nos movemos, sería más que deseable tener una incorporación temprana de adolescentes, jóvenes, adultas maduras y adultas mayores en nuestros movimientos, apoyándonos colectivamente en nuestras denuncias y demandas.
Las mujeres hemos logrado avances en la inclusión y con frecuencia nos encontramos grupos de jóvenes con grupos de adultas de distintas edades. Ahí estamos, cada grupo con sus sentires, necesidades y entornos sociales distintos, porque a veces, aunque compartimos espacios geográficos, nuestros entornos socioeconómicos y culturales pueden ser muy distintos y desafiantes en distintas formas. En este artículo queremos resaltar la importancia del intercambio entre mujeres adultas con su trayectoria extraordinaria en los movimientos y las mujeres jóvenes que, con innovación y creatividad enfrentan, igual que las adultas, los desafíos que hoy se les presentan para ejercer sus derechos.
Mujeres todas, problemáticas diferentes.
¿Para qué necesitamos diálogos entre adultas y jóvenes? La vivencia del ser y el estar de cada mujer adulta y cada mujer joven o adolescente es diferente ya sea en la economía, la salud sexual y/o reproductiva, la violencia, la educación, la participación social, etc. Dialogar compartiendo hechos y analizando colectivamente nos da miradas más amplias y mayores posibilidades para transformar nuestras realidades -individual y colectivamente-.
El diálogo intergeneracional no es fácil cuando hablamos en general de todos los derechos. Pero si los abordamos uno a uno, ahí nos encontramos. Un ejemplo son los derechos sexuales y los derechos reproductivos. Flor, una mujer adulta y activista, expresa: “Cuando hablamos de la lucha a favor del aborto (o la prevención de embarazos), aunque muchas estemos adultas entendemos a las jóvenes porque pasamos por ese camino. Como viviste eso, sabes y comprendes lo que está pasando en los zapatos de la otra y eso hace que haya fluidez en la comunicación, aunque cuando ya nos adentramos a otros temas pues el asunto no es tan sencillo”.
Otro ejemplo es el derecho a vivir sin violencia. Las mujeres adultas sabemos que, si de niñas vivimos en violencia, de jóvenes y adultas estaremos en mayor riesgo, porque habremos carecido de un entorno que nos enseñe sobre el respeto y que nos empodere. Maritza nos comenta:
“Hemos llegado a un nivel donde hasta las niñas son blanco de la violencia machista. Entonces nos preguntamos que estamos haciendo como movimiento, y ahí es cuando decimos que juntas somos más fuertes porque muchas estamos leyendo, estamos mirando las causas y las consecuencias de la violencia, pero vemos que la acción se queda ahí, en el malestar personal y no pasamos a hacer nada. Así me siento yo en este contexto”. Es una problemática que definitivamente nos afecta a todas.
Hoy día lidiamos con contextos difíciles y la región atraviesa una crisis de derechos humanos que nos afecta a todas. Consolidar experiencias de mujeres adultas y jóvenes genera riqueza de pensamiento, de trabajo, de prácticas y avances por nuestros derechos. Realizar encuentros, sesiones de trabajo, foros de índole nacional, centroamericano y latinoamericano, nos ha permitido evidenciar logros alcanzados, pero también desafíos. Estamos en un mundo donde pareciera que reina el autoritarismo, la violencia y el abuso de poder. Deconstruir esos fenómenos sociales es una tarea diaria que debemos asumir todas en el día a día.
¿Cómo entender los diálogos intergeneracionales?
En la vida cotidiana, entre conocidas o amigas, el diálogo lo entendemos como una plática entre dos o más personas quienes de forma alternada van manifestando sus ideas o afectos. En cambio, cuando se trata de diálogo en nuestras organizaciones y movimientos lo entendemos como: “el intercambio activo entre las generaciones que conviven en el espacio cotidiano de la experiencia social actual, a partir de la exploración conjunta de sus contextos interactivos y en sus posibilidades de transformación” (D´Angelo, 2006).
El que sea intergeneracional, o sea, entre personas jóvenes y adultas, pasa por reconocer que en nuestra sociedad existen relaciones de poder basadas en la edad, es decir lo que conocemos con el nombre de Adultismo, que se define como una forma de dominación social en la que se reconoce, valora y prioriza la voz y la acción de las y los adultos, mientras no se reconoce, valora o prioriza la voz y acción de las personas jóvenes, niñas y de la tercera edad.
Ninguna organización social, ni siquiera los movimientos de mujeres, está exenta de Adultismo. En la socialización todas las personas lo hemos internalizado, igual que ocurre con el machismo y por ello necesitamos deconstruirlo en el día a día, igual que hacemos con el machismo, el racismo y otras formas de dominación. Reducir el Adultismo pasa por reconocer cotidianamente que la voz y la experiencia de las mujeres jóvenes son válidas, distintas y enriquecedoras, al igual que la voz y experiencia de las mujeres de la tercera edad.
Mey, activista nicaragüense nos comparte que el diálogo intergeneracional “es necesario para poder darle seguimiento, sostenibilidad y larga vida al movimiento feminista, para compartir aprendizajes y espacios y que todas las edades tengan los mismos privilegios, las mismas oportunidades y puedan trabajar en una misma agenda”.
Lo que destaca el diálogo intergeneracional es que, en este diálogo entre mujeres jóvenes y adultas, de cara a construir espacios políticos inclusivos, deben prevalecer los intereses, necesidades y aspiraciones de cada grupo etáreo al mismo nivel, reconociéndose todas las voces y experiencias de vida como igualmente válidas. Pensar en la necesidad de este diálogo intergeneracional nos lleva a reflexionar algunos desafíos sobre los que no siempre hablamos.
Liderazgos inclusivos y mecanismos democráticos en la toma de decisiones
El reconocimiento es el punto de partida para comprender la profundidad de los diálogos intergeneracionales, e interseccionales, en nuestros movimientos. Se trata de reconocer que toda mujer vale; que nos reconocemos en la diversidad de experiencias -aún si personalmente como adultas no las hemos vivido o, si como jóvenes, creemos que no las vamos a vivir jamás.
Nos dice, Lidia: “He identificado que la escucha, la empatía, la sororidad es lo que me ha funcionado para comprender la profundidad de intercambio entre nosotras, que son principios fundamentales de cualquier diálogo. Cuando estamos en los grandes eventos y hacemos grupos de trabajo, ahí estamos todas, mujeres adultas y mujeres jóvenes, siento que hay mucha más empatía y comprensión. Un ejemplo sencillo es cuando alguien habla y las que estamos ahí, toman nota, sonríen, dicen ´apoyo lo que dice la compañera´ y cuando hay desacuerdos, se refuta sin descalificar, con asertividad”. Ella también reconoce que: “He aprendido a valorar lo que dicen mis compañeras; aún si pensamos que están erradas o no, debemos tomar en cuenta lo que dicen porque son voces y experiencias válidas”.
Lidia destaca aquí el reconocimiento de la voz, la validación de la experiencia de la otra, el respeto sin importar la edad de la que habla o incluso, si no se está de acuerdo con lo que propone.
Por otra parte, Mey nos dice: “He percibido que, aunque se escucha la voz de las jóvenes sigue siendo de mayor peso la de las más adultas. Se necesitan mecanismos que nivelen la relación de poder entre jóvenes y adultas”. Aquí Mey se refiere a que, aunque a veces se escucha a las jóvenes, no siempre las decisiones reflejan lo que ellas dijeron o propusieron. Esto nos plantea la necesidad de construir metodologías -en la que participan adultas y jóvenes- que aseguren la visibilidad de todos los intereses, aspiraciones y propuestas por igual.
En encuentros, foros, capacitaciones usamos metodologías participativas en las que incentivamos la participación de las jóvenes para que todas, incluso las más calladas puedan participar. Hacemos pequeños grupos de trabajo por edad, donde todas apuntan sus respuestas y luego todas comparten, comenzando por las que no han hablado. En plenario, la voz seleccionada para la representación puntual no discrimina la experiencia de la adulta ni la de la joven.
No obstante, en nuestras organizaciones y movimientos todavía tenemos retos que superar para lograr una representación igualitaria de las jóvenes. Hace falta construir mecanismos que nos ayuden a asegurar la presencia permanente, la voz, los análisis y la construcción de propuestas en condiciones de igualdad a jóvenes y adultas, tanto en los espacios laborales como en los de representación e incidencia política. En esa larga historia que todas conocemos, las mujeres lucharon para representarse a sí mismas, para dejar de ser representadas por los hombres. Hoy, la misma reivindicación es válida para las jóvenes; que ellas puedan representarse a sí mismas dentro de las organizaciones, movimientos de mujeres y en la sociedad en general.
Impulsar y fortalecer diálogos intergeneracionales no es ni será fácil. Será necesario lidiar con asuntos de los que tradicionalmente nos hemos excluido. En este texto vamos a enumerar cuatro temas que hemos identificado. Esperamos sus comentarios y reflexiones para seguir profundizando y aportando a una participación igualitaria de las mujeres jóvenes.
Primero: el autoritarismo y la violencia en el lenguaje. Está claro que tanto adultas como jóvenes necesitamos deconstruir estas formas de pensar y actuar que reproducen los liderazgos verticales tradicionales. Lidia nos dice: “Además de ir creando las condiciones para que a las jóvenes se nos facilite hablar, proponer, liderar, ser nosotras mismas, para mí es importante no tomarse las cosas personales, aprender más sobre la sororidad, sin desvalorizar a nadie, sea adulta o joven, con respeto, porque podemos debatir las ideas, pero respetando a los demás. Desde ya aprendamos a resolver las diferencias sin violencia. Trabajar la ira, la agresividad, trabajar los miedos. Para que el diálogo pueda fluir es importante reconocer las diferentes verdades. La realidad no es una sola. Nadie tiene la verdad absoluta”.
Segundo: el centralismo en la toma de decisiones. Mey lo señala de la siguiente manera: “afecta toda la raíz del movimiento pues genera prácticas de acaparamiento del poder. La organización deja de ser horizontal…y se resta participación de las jóvenes en la toma de decisiones. Esto lleva al problema de que no hay relevos y el conocimiento no fluye, no se comparte. Además, el autoritarismo suele desencadenar grupos élite que siempre terminan siendo corrompidos, además que no se puede tomar decisiones excluyendo la vivencia de las mujeres o usurpando su realidad”.
Tercero: “El temor a ser desplazadas”. Con frecuencia se dice que las adultas tienen miedo a ser desplazadas de sus cargos por las jóvenes y de otro lado se tiene la idea de que las adultas necesitan apartarse para dejar sus cargos. Estas ideas reflejan la necesidad de mayor análisis y debate sobre cómo construir organizaciones horizontales, participativas e igualitarias en el manejo de la información, los recursos, la representación, las decisiones, las responsabilidades, los liderazgos, el relevo generacional, entre otros.
Cuarto: Las políticas de alianzas de las organizaciones y movimientos para reconocer liderazgos y luchas valiosas de otras mujeres. Lidia nos dio un ejemplo: “Me gustaría visibilizar que hay liderazgo a nivel comunitario, que hay mujeres que a lo mejor no se asumen feministas, pero cuando las veo cómo defienden su territorio, cómo ayudan a otras mujeres, acompañan a otras mujeres, eso es invaluable para mí”.
Cerramos este artículo resaltando algunos de nuestros logros que nadie puede invisibilizar.
Uno es que hemos construido un tejido social que podemos fortalecer aún más si logramos generar mayor diálogo sobre estos temas complejos. Otros son: el reconocimiento de las luchas históricas de mujeres; losanálisis de contexto desde diferentes perspectivas que aportamos como mujeres y finalmente nuestras estrategias de trabajoy diferentes experiencias que enriquecen la vida social de nuestros países.