Por Gabriela Paz López
Yo, neurodivergente
Hasta hace poco, sentí la necesidad de reconocer mis necesidades como mujer con discapacidad y de poder participar desde mis características particulares en espacios de activismo. Además, me volví crítica respecto a los feminismos como movimientos, ya que, en mi experiencia, he participado en espacios que son capacitistas, lo que significa que se construyen condiciones donde las personas con diversidad funcional no pueden participar, lo que nos excluye a como personas de participar plenamente en el activismo. También he observado actitudes cuerdistas, que son ejercicios de discriminación basados en la estigmatización de la salud mental y la neurodivergencia. Por ejemplo, se pueden menospreciar las opiniones o capacidades de una persona debido a su diagnóstico de salud mental, ignorando sus contribuciones potenciales al movimiento. Estas actitudes imponen que los cuerpos, mentes y existencias deben cumplir con ciertos estándares de funcionalidad para ser considerados “normales”, lo que establece escalas de lo que es o no válido y útil. A pesar de no encajar en esas escalas según mis diagnósticos, no soy “normal” y, ciertamente, no quiero serlo. Sin embargo, participar en este mundo, incluido el amplio espacio de interacción social que ofrece el movimiento feminista, me ha significado enfrentar diversos retos
He conocido a mujeres brillantes y elocuentes que tienen una enorme facilidad para utilizar la palabra en espacios públicos, algo que, a mí, me aterra. Participar en espacios activistas, como las tomas de calles, implicaba un esfuerzo energético y mental considerable que tendía a dejarme agotada, adolorida y exhausta. Los ruidos me abruman, la cercanía de las personas en las concentraciones y otras situaciones me hacen sentir incómoda, las largas reuniones o las indicaciones poco claras me confunden. Además, tengo una mente algo inflexible, lo que dificulta mi capacidad para negociar horarios y acciones que luego no se cumplen. Durante mucho tiempo, llegué a sentirme limitada en mi activismo por no poder cumplir con la cuota de “liderazgo” que intuía se requería y ciertamente, experimenté violencia desde compañeras que simplemente se enfrentaron con mi forma de ser desde el juzgarme. Participé en espacios laborales donde me sentí insuficiente por no poder cumplir con las necesarias interacciones sociales para el trabajo, porque con todo y mis condiciones, amo aprender y enseñar, escribir y participar como parte de mi activismo.
He tenido diversos diagnósticos que han generado estigma dentro de mis círculos relacionales más íntimos: en la adolescencia personalidad esquizoide y depresión crónica; alcanzando la vida adulta, ansiedad social y trastorno de personalidad límite; finalmente, autismo. Un variado cóctel diagnóstico que me enfrenta ante la dificultad que tenemos las personas, y sobre todo las mujeres como yo, de ser comprendidas en su funcionalidad dentro de una sociedad que aspira a la homogenización y que fácilmente somos catalogadas como faltas o locas. Soy una persona neurodivergente, me he apropiado de esa palabra para politizar mi existencia y alejarme del signo clínico de la enfermedad mental que me violentó y redujo al tratamiento psiquiátrico de mi diferencia social y mental con fármacos y terapias electroconvulsivas buscando homogenizarme. Disto de reconocerme enferma, mi condición, es una forma más de existir en el mundo, como otras tantas.
La neurodivergencia se refiere a la variación en la forma en que las personas piensan, aprenden y experimentan el mundo. Para mí, ser neurodivergente significa reconocer que mi cerebro funciona de manera diferente a la mayoría, lo que puede resultar en diferencias en como interactuó socialmente, comunico y como percibo la sensibilidad a los estímulos sensoriales. No es una enfermedad, sino otra forma de ser y percibir el mundo. Sin embargo, la sociedad tiende a etiquetar como “anormales” a aquellas personas que no se ajustan a ciertos estándares, lo que puede llevar a la estigmatización y marginación de las personas neurodivergentes.
Mi discapacidad no es fácilmente perceptible ya que soy “altamente funcional”, pero ella me ha costado trabajos, enfrentar cuestionamientos sociales constantes sobre mi forma de ser y personalidad, sobre todo, mucha indiferencia. Comprender mi diagnóstico me ha ayudado a vivir mi forma de ser desde el respeto de mis necesidades y a solicitar un trato justo sin sentir vergüenza. Las discapacidades psico sociales enfrentan invisibilización y estigma, debido al poco conocimiento que existe sobre estas, a diferencia de las discapacidades físicas y sensoriales, estas no son fácilmente identificables. En el caso de las mujeres, la diferencia de comportamiento social históricamente ha sido reconocido como un signo de histeria, pocas son reconocidas dentro de sus capacidades creadoras.
El espectro autista, se caracteriza a menudo por dificultades en la interacción social y la comunicación, así como una sensibilidad particular a estímulos sensoriales. En mi caso particular, las interacciones sociales me resultan complejas; entender chistes, lidiar con el conflicto o expresar o regular ciertas emociones, tocar o ser tocada por otra persona, estar en espacios sociales por mucho tiempo me abruma, mantener la atención por mucho tiempo en una persona o entender de forma clara complejas indicaciones son un enorme reto para mí, y de forma constante, necesito espacios de descanso social. Esto, en muchos sentidos, ha contribuido a construir una imagen de ser “antisocial”. Durante mucho tiempo, pensé que esta manera de ser era un problema mío y me forzaba a realizar actividades en las que simplemente resultaba ser socialmente torpe. Muchísimas veces he enfrentado expresiones de incomprensión por ser “rarita” o que soy seria por ser una persona con poca gestualización facial, situaciones que me han hecho sentir juzgada, violentada y que me han llevado a abandonar espacios donde realizaba trabajo organizativo. Por ello, mi funcionalidad se vuelve discapacitante, porque se ha reducido a un problema de personalidad, y no se identifica como una forma más de funcionar, de ser y de percibir la vida. Las personas en el espectro autista tenemos características muy diversas y grados diferenciados de autonomía y funcionalidad, mi experiencia es eso, mi experiencia.
Yo, feminista
Tengo 38 años y llevo más de 20 considerándome y asumiéndome como feminista. Una de las primeras identidades que abracé y politicé fue precisamente esa. En este caminar, creo que la primera situación que me interpeló en mi activismo o bien, mi capacidad de participar del “poder colectivo” fue verme confrontada con un ejercicio del feminismo muy provocador, activo, ruidoso y con ciertos esquemas de liderazgos en los que no quepo. Hoy me encuentro en procesos personales que me generan la necesidad de buscar espacios de participación desde mi neurodiversidad.
Estas reflexiones las hago después de haber participado por primera vez en el XV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en El Salvador, este espacio que buscó en esta edición generar condiciones de participación para las diversas personas que participamos: mujeres en tan ancha palabra, personas trans, no binarias, género fluides, intersexuales, personas con discapacidad, feministas discas, y un enorme entre otras, que me ha dado la oportunidad de escuchar y acceder al compartir con otres que se identifican y politizan desde la discapacidad, un espacio para mí inexplorado.
¿Qué requerimos las mujeres con discapacidad para participar?
La compañera Janeth Chávez, activista con discapacidad usuaria de sillas de ruedas e integrante de la comisión de accesibilidad del EFLAC, comparte: “Es necesario que se nos visualice como mujeres en primer lugar, y segundo, como mujeres con derechos. Para muchas se nos hace difícil movilizarnos hacía los lugares de encuentro porque los transportes no son idóneos, no hay transporte accesible o no hay recursos”. (Chávez, 2023)
Las necesidades de las mujeres con discapacidad son diversas y variadas, dado que las discapacidades abarcan un amplio espectro. Para abordar estas diferencias, las entidades organizadoras deben considerar recursos en sus planificaciones para incorporar ajustes razonables que faciliten la participación de personas con diversas discapacidades. Janeth, recomienda: la integración de personas con discapacidad en equipos de coordinación para diseñar y planificar, identificando así las necesidades de adaptación y construyendo condiciones accesibles. Además, es crucial que los presupuestos reconozcan estas condiciones para asegurar una inclusión efectiva.
Yo, acuerpada en mi disfuncionalidad
Dentro del encuentro participé totalmente llamada por sentido de necesidad de arropamiento colectivo en el espacio autoconvocado por las compañeras mexicanas Femidiscas, es una colectiva de mujeres diversas, incluyendo discas, enfermas, neurodivergentes, y con diversas discapacidades. Se asumen como feministas, viven la discapacidad en sus cuerpos y tienen variadas posturas políticas para su reivindicación, según reza su página web.
Este espacio me resultó tan arropador como increpante, y lo agradecí profundamente, pues, a pesar de que en mi país El Salvador reconozco en mi andar el trabajo de organizaciones de diversas mujeres con discapacidad, no he encontrado un espacio donde pueda reconocerme desde mi activismo, mi ser feminista y mi neurodivergencia. De este espacio, aprendí lo potente de enunciar nuestras experiencias situadas frente a las matrices de opresión, incluyendo el capacitismo y el cuerdismo, ya que, frente al sistema hetero cispatriarcal, son invisibilizados en los espacios de lucha feminista.
Agradezco participar en el EFLAC, a pesar de lo agotador que me resultó la interacción con la gente, encontré espacios propios para la descarga sensorial y el descanso social, aplaudo que se establecieran medidas para reconocernos e integrarnos, seguro, ha dejado lecciones aprendidas. Finalmente, retomo las palabras de Janeth Chávez, quien concluye de manera contundente acerca de la importancia de ocupar y ser reconocidas: “Es necesario que lo expresemos, que lo digamos a voz alta, para que estos espacios se vuelvan más equitativos para todas las mujeres, con y sin discapacidad”(Chávez;2023), afirma Janet. Yo añado que esto también es crucial para todas las personas que, desde nuestras diversas existencias, desafiamos y desarticulamos la noción de normalidad.
Excelente artículo. Me parece que en otras zonas del mundo, a través del mov. feminista/comunitario, hay un poco más de conciencia sobre la neurodivergencia. Admiro la valentía de la autora, por contar cosas tan personales, y que se vuelven un aporte para que muchas personas puedan sentirse identificadas y representadas – acompañadas, y otras aprendamos a respetar las diferencias como fin último de la convivencia.