Por Heyling Marenco
Migrar nunca es solo una decisión económica o política. Es una experiencia que atraviesa cuerpos, duelos, afectos, recuerdos y proyectos de vida. Ana y Reyneris, dos mujeres nicaragüenses, decidieron construir vida lejos de su tierra, y hoy maternan en medio de la migración. Sus historias son un llamado a cómo el derecho a migrar y a maternar dignamente debería estar garantizado en cualquier territorio.
El ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) publicó en marzo de 2025 su informe Nota de antecedentes sobre igualdad de género, leyes de nacionalidad y apatridia, donde se señala que al menos 29 países en el mundo niegan la nacionalidad automática a niños y niñas nacidos en su territorio si sus padres son migrantes sin ciudadanía o en situación irregular, exponiéndoles al riesgo de apatridia. Esto incluye países en Oriente Medio y algunos de Europa, como España, donde se aplica el principio de ius sanguinis (por filiación) y no ius soli (por nacimiento en el territorio).
En España, el 69% de las mujeres migrantes parte de sus países empujadas por una combinación de violencia estructural, precariedad económica y razones familiares, según CEAR en su Informe 2023 sobre migración y derechos humanos.
Dejarlo todo para buscarlo todo

Ana migró desde el caluroso León junto a su esposo y su hijo quien tenía 6 años en ese momento . Aunque el apoyo familiar en Nicaragua evitó carencias extremas, las oportunidades laborales estaban bloqueadas. “No es lo que queríamos para nuestro futuro y el de nuestro hijo”, cuenta. Así, vendieron muebles, recuerdos y la rutina compartida para cruzar un océano en busca de mejores oportunidades.
Para Reyneris, la migración fue un capítulo repetido. Lo intentó primero de joven, pero volvió a Nicaragua para ejercer periodismo, su verdadera vocación. Veinte años después, le tocó salir nuevamente, no solo por oportunidades económicas sino emocionales. “Todos huimos de algo o alguien, llámese economía, realidad, monotonía, desamor… y subimos a ese avión llenos de ansiedad, miedo y a la vez con la esperanza de que esta aventura que emprendimos sea para mejor”. Y así llegó sola a España.
Ambas coinciden en que una cosa es migrar sola y otra hacerlo materna. Se trata de otro tipo de vulnerabilidad, donde no solo se pone el cuerpo por sobrevivir, sino también por proteger, alimentar y sostener a otra vida.
Embarazos que duelen y resisten
Las dos dieron a luz en España, en contextos muy distintos, pero con una misma realidad: ser migrantes.
Ana recuerda que, al inicio, la idea de ser madre por segunda vez no fue tan alegre. Era una mezcla de tristeza y miedo, a pesar de tener a su esposo e hijo con ella. “Me sentía muy sola, saber que no tendría el apoyo de mis padres, de mis hermanos, mis sobrinos, pensar que mi bebé no los conocería y no sentiría lo que es el amor de los abuelos, que es algo tan único y maravilloso. El pensar que tendría que dejarlo en una guardería desde muy pequeño para poder seguir trabajando, pues necesitábamos del dinero, mi esposo no tenía trabajo en ese momento, solo era yo… Era una mezcla de tantos sentimientos encontrados que sentí más tristeza que alegría durante todo el proceso y me he sentido tan mal de no haberle transmitido emoción y alegría durante el embarazo, como fue con mi primer hijo”.Reyneris, por su parte, enfrentó un embarazo inesperado tras una relación que terminó al poco tiempo de que él se enterara que sería padre. “Le di la noticia y al inicio todo bien, su primera reacción fue de ‘no estás sola’… Luego no sé qué cambió en él, pero empezó a hablarme de aborto y a tratar de persuadirme. Yo siempre dije que no quería ser madre, pero estaba segura de que tampoco quería abortar. No estoy en contra del aborto, es una decisión personal. Cada mujer tiene sus razones y deben ser respetadas… Sí creo que no debe ser un método anticonceptivo y menos a los 40, dos viejonazos que sabían lo que hacían. Me pareció demasiado irresponsable. El aborto no era una opción para mí… Esa era su plática favorita, así que ya cansada le dije que ojalá lo hubieran abortado a él, así me estaría ahorrando esas pláticas. Y no supe más de su existencia. Cuando supe que estaría sola me puse a googlear tener un hijo en España y allí supe a qué tenía derecho y a qué no… y luego el día a día me fue mostrando la realidad. No tengo un hijo sin padre, tengo un hijo con una mamá que eligió salvarse y eligió salvarlo”.
Esta doble vulnerabilidad —mujer, migrante y madre— ha sido documentada por Médicos del Mundo en su informe Embarazo y migración en España (2022), donde se evidencia que las barreras administrativas y la falta de redes de apoyo agudizan la precariedad emocional y económica de las mujeres.
Vivir con miedo y esperanza
La falta de documentos legales convierte a las mujeres migrantes en blanco de abusos. Como relata Reyneris: “Sin papeles no sos nada. Te explotan, te discriminan. Además, aquí tener un hijo sola, siendo migrante, es sobrevivir a una vulnerabilidad múltiple: por ser mujer, por ser extranjera, por ser madre, por no tener papeles”.
Para Ana, su mayor miedo fue no encontrar un piso propio. Vivían en una habitación alquilada y la llegada de un nuevo bebé aumentaba la incertidumbre de si los correrían de la habitación por ser cuatro ahora. “No tener espacio ni condiciones adecuadas para recibirlo; sin embargo, en el camino he tenido un ángel, una de mis jefas donde trabajo de limpieza de hogar. Me tiene mucha estima, le he contado lo sucedido y ella me ha llevado a una inmobiliaria a buscar un piso, prestando su nómina para que nos lo alquilaran. Algo que no haría casi nadie y ella lo ha hecho conmigo. Ha puesto en mí su voto de confianza y hemos conseguido un piso solo para nosotros. Estoy y estaré siempre agradecida con ella por haber confiado en mí. Tenemos ya un año en este piso gracias a que Dios me la puso en el camino”.
Las experiencias médicas también reflejan desigualdades. Ana logró una atención respetuosa y profesional. Reyneris, en cambio, vivió discriminación por no estar empadronada la primera vez que solicitó atención médica. “Salí llorando de ese hospital. Me sentí invisible”. Como señala la CIDH en su Informe sobre Derechos de las Personas Migrantes (2023), la falta de documentos o irregularidad administrativa no debería impedir el acceso igualitario a salud, seguridad social y protección materno-infantil.
Sobrevivir, resistir, maternar

El registro legal de sus hijos también fue un obstáculo. Ninguno obtuvo automáticamente la nacionalidad española y ambas tuvieron que gestionar documentos en consulados y servicios sociales, sumando estrés a una maternidad ya marcada por el desarraigo.
Ana relata: “Para el registro del bebé en España no hubo problema, lo realizó mi esposo el mismo día que nació en el mismo hospital. Lo que se nos hizo largo es que, al no ser reconocido como español, tenemos que registrarlo como nicaragüense y tramitar su pasaporte. En la ciudad en la que vivimos actualmente no tenemos consulado nicaragüense. El problema ha sido sacar un tiempo para viajar a Madrid, donde sí hay consulado, y tramitar el proceso”.
Reyneris también cuenta su realidad como madre migrante soltera: “Si el papá lo hubiera registrado, sería español, pero como no sé nada de él, mi hijo tiene mis apellidos y, por ende, mi nacionalidad, porque Nicaragua nos reclama como país. Mi hijo, al nacer en España, su estatus migratorio es que sería nicaragüense. Después de un año pasa a ser ciudadano, pero hay que esperar ese año y, mientras tanto, te van pasando situaciones. Mi hijo también es migrante. Fui al consulado nicaragüense, me atendieron bien y lo registraron. Solo tenía que enviar a Nicaragua esos papeles. Una amiga, a la que le di un poder, está tratando de registrarlo. Entiendo que ahora solo familiares directos pueden hacerlo, tiene cita mañana”.
Aun así, ambas coinciden en que sus hijos han tenido acceso a salud, educación y servicios básicos. España, pese a sus barreras burocráticas, garantiza esos derechos a niños y mujeres migrantes, como lo respaldan organismos como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y Médicos del Mundo. “Mi hijo, a pesar de que no tiene aún nacionalidad de ningún país, ha tenido desde su nacimiento acceso a salud, educación y los servicios necesarios, no se le ha negado nada. Los niños, mujeres y ancianos en España son bien atendidos en estos servicios”, nos relata Ana.
Lo emocional pesa. Ana dice que su mayor anhelo es que sus hijos crezcan felices, sin carencias afectivas, aunque el mayor aún le pide volver a Nicaragua. Reyneris agrega: “Prefiero tener a mi hijo aquí, porque sé que esta siembra, aunque dolorosa, le dejará mejores cosechas”.
El mayor refugio para estas madres ha sido la solidaridad. Ana agradece a su familia a distancia, a su esposo y amistades nicaragüenses y hondureñas. Reyneris ha tejido una red: señores que se hacen llamar “los abuelitos” de su hijo y amigas de toda la vida. “Ellos me abrazan el alma”, dice. Ambas sobrevivieron gracias a la solidaridad espontánea. Una jefa que le facilitó un piso, amigos que se hicieron familia y mujeres migrantes que tejieron acompañamiento.
Para Ana, una sociedad justa reconoce como ciudadanos a los niños nacidos en su territorio. Para Reyneris, la justicia empieza por compartir la responsabilidad de la crianza. “No es justo que un hombre pueda desaparecer y todo el peso caiga sobre una mujer, más si está sola, migrante y sin papeles”
Coinciden en que se necesita una sociedad que escuche más, que no juzgue, que garantice vivienda, salud, educación y que ofrezca condiciones laborales dignas para quienes maternan y trabajan.
Maternar desde la resistencia

Ambas mujeres sueñan con un futuro donde sus hijos tengan oportunidades que Nicaragua les negó. “Lo hago por ellos, para que estudien, se realicen, tengan opciones”, dice Ana. Reyneris suma un deseo urgente: “Una sociedad que no normalice que un hombre abandone a su hijo, y que deje de exigirnos todo a las mujeres”.
Para ellas, una sociedad justa sería aquella que reconozca como ciudadanos a quienes nacen en su territorio y garantice derechos sin importar el estatus migratorio de sus madres. Y mientras ese día llega, siguen sembrando esperanza en tierra ajena.
Porque migrar es partir, pero también resistir. Y maternar, en cualquier parte del mundo, es un acto de amor profundamente político.