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Una salvadoreña en manos del estado 

Una salvadoreña en manos del estado 

Por: Ivy

En las últimas semanas, pude corroborar como se vive, o a decir verdad como se sobrevive, al “cuidado” del Estado salvadoreño. Tengo que iniciar, por nombrar, que el sistema médico de salud mental en El Salvador es reclusivo

He sido paciente de psiquiatría por más de 10 años, y he sufrido la depresión desde los inicios de mi vida adulta. Hace 20 años, como toda paciente de salud mental en El Salvador, no tuve un diagnóstico objetivo, ni atención médica integral para saber lo que me pasaba y durante muchos años he vivido con el dolor como compañero constante.  

Después de mucha insistencia por parte de una persona maravillosa que me quiere mucho, busqué atención en salud mental y comencé a recibir terapia psicológica, hacía enormes esfuerzos por entender y manejar lo que me sucedía, trabajé un duelo  de 15 años y aprendí a identificar que era un episodio de crisis, luego de haber vivido dos sin saberlo.

Un día cualquiera me sorprendí escribiendo, pensando en despedidas y con un sólido plan de suicidio, tema altamente tabú en este país. En esa ocasión me ingresaron 6 días y entendí que si tu enfermedad es mental o emocional la cura es peor que el malestar, en 2014,  yo contaba con el seguro médico laboral obligatorio, era triste ver a personas que realmente estaban más destrozadas y/o afectadas que yo, personas jóvenes con historias devastadoras y menos expectativas. En esos días, un buen psiquiatra me enseñó que la psiquiatría es mucho más que prescribir medicamentos, entonces una eminencia me atendió durante un año.  

Tras esa experiencia tuve conciencia de mi enfermedad, me documenté al respecto y estudié lo más posible, la depresión es una de las patologías más frecuentes en las consultas de atención psiquiátrica, es discapacitante, se manifiesta a través de una profunda tristeza y desánimo, y afecta a las relaciones sociales.

Lo que no descubrí en esa oportunidad era el monstruoso alcance que tenía y como el sistema de salud pública que debería garantizar el acceso a tratamientos dignos y efectivos, más bien, restringe nuestro derecho a salud mental de calidad.

Una nueva crisis

Después de enfrentar el desempleo por 6 meses, perder mi seguro médico, el acceso a antidepresivos y ansiolíticos que sigo necesitando, decidí buscar atención médica en el Hospital Nacional Psiquiátrico “Dr. José Molina Martínez”, un grave error que me dejó un trastorno de estrés postraumático que posiblemente voy a cargar toda la vida.

El lunes tres de marzo de 2025, a las 10:00 de la mañana, solicité atención médica en emergencias, me insistieron en aceptar que tenía ideas suicidas, y en mi afán por recibir ayuda, acepté tener ideas de muerte que no es lo mismo, las ideas suicidas implican específicamente planes de llevar el suicidio a cabo, la idea es creer que si morís no se pierde nada, no tener interés en la vida, pero no incluyen el deseo de acabar una misma. 

En muy poco tiempo, pasé consulta con 3 médicos diferente,  y de repente, más rápido de lo que pensé, mi hoja de ingreso estaba lista para ser firmada, ni siquiera conocía el nombre del médico que me hizo firmar, lo que sí recuerdo es que me aseguró que si yo  me negaba a ese ingreso no me podían proporcionar el tratamiento que necesitaba. Con la mente fuera de contexto, confundida y cansada, firmé. En los días posteriores me enteré de que en El Salvador sos considerada responsable para entregar tu integridad y tu vida, pero no para recuperarla.

Salud mental en El Salvador: un castigo por ser paciente psiquiátrica

Sin lugar a dudas diré en estas líneas que esta ha sido la experiencia más espantosa en mis 40 años de vida. Me gustaría narrar todos los horrores que vi y viví durante una semana. 

El pabellón de mujeres en estado de observación del Hospital Nacional Psiquiátrico “Dr. José Molina Martínez”, es oscuro, cerrado, con poca ventilación natural y cuenta exclusivamente con camas, al no realizarse ninguna otra actividad no se requiere ningún otro mobiliario o equipo. Las pacientes en general,  ingresamos a este hospital a recibir medicación, pero no tratamiento. En El Salvador, ser mujer y paciente de psiquiatría, te convierte en un ciudadano de segunda categoría, ahora bien, el ser recluida por el sistema médico del país, se te coloca en una situación de mayor vulnerabilidad, y te expone a abusos por parte de ese mismo sistema que hace caso omiso a la humanidad, un sistema que nos proporciona alimentos, pero no cepillos de dientes, jabón, champú, toallas de baño, toallas femeninas, o cualquier otro producto de higiene, y mucho menos interés.

Dentro del lugar, las pacientes más vulnerables son las niñas y adolescentes, entre edades de 12-17 años, que se autolesionan, en sus cuerpos se pueden ver cicatrices antiguas, pero también  heridas recientes. Son niñas cuyas preocupaciones y sufrimientos las hacen canalizar su dolor emocional en lesiones corporales para expresar a través de cuerpo lo que sienten, y muchas veces la causa de todo es, según escuche de ellas mismas; el descubrirse atraídas hacia otras niñas, la indignación de haber sido sujetas a explotación sexual por sus padres, la maternidad adolescente, el consumo de drogas o sus heridas de abandono.

Pero en este lugar del terror, no solo hay niñas sufriendo,  también hay mujeres jóvenes que apenas pasan de los 20 años, mujeres de 40 años o más, con ninguna estrategia de resiliencia, y que con frecuencia se expresan de manera desorganizada sobre sus vidas. Todas conviviendo en un mismo espacio. 

La rutina inicia entre las 4 o 5 de la mañana, las enfermeras te despiertan para ir a tomar el baño, pero no hay jabón, los servicios sanitarios están bajo llave, restringiendo la posibilidad de usarlos en el momento que lo necesitemos, la respuesta a esto es, “nos negamos a limpiar su inmundicia”, ni la del cuerpo ni la del alma. 

A esa hora que las pacientes despertamos, comienzan las conversaciones, las niñas comentan como han sostenido relaciones sexuales con otras niñas mientras cantan rondas infantiles, las jóvenes se ríen, las mayores duermen, lloran o participan en el juego. Durante cuatro días sentí que no había nada más triste en el mundo que ver a una niña de 14 años dormir el día completo después de recibir una terapia electroconvulsiva (TEC), un tratamiento médico que utiliza descargas eléctricas para tratar enfermedades mentales, y que sigo sin entender quién autoriza. 

Es este lugar está prohibido caminar mucho, hablar mucho, reír mucho, pelear mucho o pedir mucho, si lo haces, eres sometida a contención, la “terapia de contención” en sus protocolos cotidianos no es otra cosa que estar amarrada a la cama todo el tiempo que sea necesario hasta controlar tus reacciones. 

De observación a ser tratada como una paciente con padecimientos “agudos y crónicos” 

Al finalizar el cuarto día, creyendo que iba a recibir el tratamiento adecuado y que al fin podría ver a mi familia me trasladaron al pabellón de mujeres con padecimientos agudos crónicos, sentí un alivio extraño que rápidamente se transformó en decepción, este pabellón era mucho más grande alberga a más de 40 pacientes, no había niñas, pero sí ancianas; personas demacradas, de cabezas rapadas, desnudas y amarradas con sus cobijas a una silla de ruedas, así pasan sus días, con la mirada fija en aquel piso de color amarillo. 

Es importante mencionar que el Hospital Nacional Psiquiátrico “Dr. José Molina Martínez”, está situado en una de las ciudades más calurosas del país, Soyapango y no hay ni un solo ventilador en las instalaciones. En el pabellón de pacientes agudos crónicos, hay agua contenida que se usa para lavar los baños y bañarse, indistintamente, igualmente que en el área de observación no hay ningún producto de higiene personal y no se nos permite traerlos. Aquí el calor es insoportable,  el sudor, el mal olor y  la deshidratación son permanentes, bañarse es un riesgo sanitario, los baños siempre están inundados de agua con desechos, no hay cubetas para los papeles sucios así que literalmente caminas sobre el excremento, los cubiertos para la comida no se lavan, solo se enjuagan. 

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Durante los días siguientes en este pabellón podía ver mujeres hablando solas, gritando, insultando y amenazando, ellas orinan y defecan donde quieren, hay excremento seco en paredes y pisos, ves a las mujeres amarradas en camas y sillas, medicadas para estar bajo “control” porque el único remedio es callar. 

Menos de 24 horas antes de salir, llore por mi libertad, como dije al inicio, el sistema te hace responsable para entregar tu integridad y tu vida, pero no para recuperarla. Me preguntaba mil veces porque mi familia no me sacaba de ahí, trate de hablar con médicos, con enfermeras, pero nadie te responde, las “locas”, como nos llaman, somos ciudadanas de tercera categoría, no somos nada. 

Una acción contestataria frente a un sistema de restricciones 

En este hospital, nadie entiende la diferencia entre una enfermedad mental y estar emocionalmente mal.  Yo perdí el juicio. Entré al consultorio del doctor, ese hombre estaba aterrado, el personal en general nos considera peligrosas porque es lo que se cree de un paciente de psiquiatría, le rogué que me dejara firmar mi salida, se negó rotundamente, pidiéndome que habláramos afuera, trate de razonar con él, pero él, ni nadie en el hospital, razona con “dementes”. Después de esperar que hablara con su “superior” la respuesta fue “contención”, sugirieron amarrarme a la cama.

No me ofrecían una terapia de apoyo, ¿cómo estar amarrada te puede ayudar a sanar?.  Les pedí en ese momento que llamaran a mi casa, yo sabía que sin duda vendrían por mí, “no se puede, tiene que haber una evaluación médica, si la dejo ir, otros pacientes van a querer lo mismo”, fue la respuesta del psiquiatra en turno, yo respondí “ese no es un criterio médico y usted lo sabe.”

Sus metodologías de atención carecen de terapias ocupacionales, terapias lúdicas o de aprendizaje, nada que te ayuda a comprender tu condición o mantener tu mente ocupada, no se puede salir, no hay recreación, no hay actividad física, mi cuerpo olía muy mal. Yo solo quería sentirme bien, regresar a casa, mi familia me da amor, cuidados, entienden mis estados emocionales y me apoyan. 

Yo llegué al Hospital Psiquiátrico por mi voluntad, pero después de la violencia que viví, quería irme y solo recibí un “No” por respuesta. El mismo psiquiatra aceptó que no tenía nada para ofrecerme, ninguna opción de terapia, pero aún así su respuesta fue “No”. 

Libre, traumatizada y decidida

Cuando finalmente mi familia llegó por mí, exigieron mi libertad y logré recuperar mi  dignidad y  autonomía. En ese momento me enteré de que, el hospital notificaba a  diario a mi familia sobre “mi excelente y estable estado de salud emocional”, incluso el área de trabajo social hablaba de la atención multidisciplinaria y especial que recibía, la recuperación tan rápida que estaba teniendo, pero  nunca, nunca notificaron mi deseo de salir, ni siquiera notificaron de la posibilidad de visitarme. 

Luego de reconocer lo vulnerables que somos en manos del estado me prometí a mí misma, a todas las personas que conozco y llegue a conocer que, no voy a callar frente a la brutalidad del sistema de salud,  mi salud no volverá a estar en manos de ninguna institución pública  de El Salvador.  Voy a hablar del rostro del dolor y la desesperanza que vi en esas mujeres y en mí misma. Deseo anteponer la empatía frente al perjuicio para no permitir jamás que nadie viva esta misma experiencia. 

Quisiera hablar desde la dignidad y la justicia, invitándoles a ser vigilantes del trabajo de las instituciones estatales y exigir nuestro derecho a  salud integral y la dignidad, a ser tratados con respeto y recibir información veraz. Defendámonos unas/os a otras/os, seamos solidarios.

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