En 2011 la Cepal publicó un estudio titulado Productividad agrícola de la mujer rural en Centroamérica y México. donde básicamente se reconocía que de las mujeres rurales dependía la seguridad alimentaria de numerosos hogares, y que éstas podrían ser más productivas que los hombres, si y solo si se les brindaban herramientas y créditos para aumentar la productividad, y llegar a convertirse en motores de desarrollo.
Once años después de esa publicación, la situación sigue siendo la misma, y aunque las mujeres rurales han logrado algunos avances, siguen sin recibir el apoyo necesario y en varios países, incluso han tenido retrocesos que son realmente preocupantes.
Ana Güezmes, directora de Asuntos de Género de la CEPAL. en una conferencia ante el sector cafetalero latinoamericano, aseguró que con la llegada de la pandemia del Covid-19, las mujeres habíamos tenido un retroceso de 18 años en la participación laboral, siendo el sector agropecuario uno de los más afectados.
“El Covid vino a visibilizar aún más un problema enorme que ya conocíamos, como es la desigualdad de género…Una de cada tres mujeres en zonas rurales no tiene ingresos propios…y además dedican más horas al trabajo no remunerado que es el cuido del hogar y los hijos, por eso hablamos de doble carga, de triple jornada…”, dice.
Para llegar a una recuperación transformadora y cambiar esta realidad en las mujeres rurales, Güezmes plantea como urgente tener: acceso legal a la tierra, créditos, visibilidad y conectividad. “Estamos en un mundo híbrido, necesitamos que las niñas y las mujeres tengan acceso a la tecnología y a la conectividad. Una región que no quiere quedarse atrás tiene que invertir en la digitalización, para la innovación con sostenibilidad y con igualdad”, enfatiza la funcionaria.
Pero ¿qué tan cerca está esa perspectiva de la Cepal frente a las realidades de las mujeres rurales de la región? Conversamos con mujeres de Nicaragua, El Salvador y Guatemala sobre sus desafíos y sus demandas; y aunque la tenencia de la tierra sigue siendo la principal lucha, cada país enfrenta retos muy particulares.
El Salvador: vacío institucional debilita logros alcanzados
La organización de la lucha por los derechos de las mujeres rurales en El Salvador cobró impulso en 2012, cuando el Instituto de Investigación, Capacitación y Desarrollo de la Mujer (IMUC) se une con organizaciones de Nicaragua y Guatemala y conforman la Red Centroamericana de Mujeres Rurales, Indígenas y Campesinas (RECMURIC).
“Nos dimos cuenta que teníamos la misma agenda, que los problemas eran iguales en todos nuestros países…”, nos cuenta Haydeé Recinos, coordinadora política de RECMURIC, quien además es educadora popular, activista y feminista de origen campesino.
En El Salvador el 37.8% de la población es rural y según datos de RECMURIC, de esa cantidad el 53% son mujeres y apenas el 13% de ellas son dueñas de su tierra. Gracias al trabajo de la red, las salvadoreñas lograron que el gobierno instalara una mesa de mujeres rurales dentro del Ministerio de Agricultura, dando así un primer paso para la visibilización.
“En el imaginario colectivo no podemos ser dueñas de la tierra porque estamos para el cuidado o la crianza, entonces qué pasaba, que llegaban las mujeres a sacar su DUI (Documento Único de Identidad) y ni siquiera te preguntaban la profesión, ahí de una vez te ponían ama de casa y si vos no estabas registrada como productora, pues te negaban todos tus derechos”, nos explica Haydeé.
Con la instalación de la mesa, lograron que, pese a que el DIU dijera ama de casa, el gobierno reconociera a las mujeres como productoras y les diera asistencia técnica e insumos agropecuarios. Al poco tiempo, también lograron que el Instituto Salvadoreño de Transformación Agraria incluyeran a mujeres en títulos de vivienda.
Luego participamos en la formulación de la Ley contra la violencia hacia las mujeres y La Ley de Igualdad y Oportunidades. Pero lo más importante fue la elaboración de una política pública para mujeres rurales, indígenas y campesinas que la hicimos entre la Alianza, Mujeres de Asociaciones Indígenas y Mujeres cooperativistas, y fue aprobada en 2018, dice Haydeé.
Sin embargo, con los cambios gubernamentales promovidos en la actualidad, se creó un vacío institucional que debilita lo avanzado. El espacio de la mesa fue eliminado, la política pública fue enviada a revisión y las mujeres organizadas aún esperan la respuesta de las autoridades.
“Estamos en una situación de un gran retroceso en las luchas que veníamos conquistando…Es como volver 20 años atrás, tenés a las mujeres rurales en una situación de pobreza extrema post pandemia, sin acceso a la tierra, invisibilizadas, sin acceso a créditos y sin poder quejarte. Así estamos”, se lamenta Haydeé.
Nicaragua: Sin título de propiedad, no hay crédito y sin dinero no hay producción
En Nicaragua las mujeres rurales y sus cooperativas continúan activas aún dentro del difícil contexto sociopolítico actual. Azucena es productora, agrónoma y vicepresidenta de una cooperativa multisectorial de mujeres. . En la cooperativa hay 45 socias, todas originarias de la comunidad.
Ella nos cuenta que, en su contexto, la principal lucha sigue siendo la tenencia de la tierra pues de esas 45 socias, apenas cinco son propietarias legales de un promedio de entre una
y cinco manzanas, y el resto tiene que conformarse con cosechar en sus patios o alquilar tierras para poder producir.
“La mayoría tienen algo sembrado, aunque sea en 3 a 4 metros cuadrados, pero no tienen un documento que las respalde, que diga que son dueñas y eso las limita porque tienen que alquilar, y el alquiler de una manzana cuesta U$220. Eso genera más gasto de producción y como la tierra no es de ellas, no pueden hacer prácticas ecológicas como barreras vivas, barreras muertas, zanjas de infiltración para detener un poco la humedad, y obviamente su producción es menor”, explica Azucena.
La cooperativa apoya a las mujeres con algunos préstamos, pero aún el crédito máximo no les alcanza para alquilar una manzana, y no pueden ir a una microfinanciera porque no cuentan con documentos que las respalden, entonces muchas productoras han dejado de alquilar y por consecuencia de cultivar la tierra.
“Hay mujeres que sí tienen entre 5 y hasta 32 rubros, depende del espacio con el que cuenten. Entonces lo que hacemos es que nos apoyamos mutuamente, para solventar las necesidades alimentarias y las que tienen más rubros, pues logran vender sus productos al mercado local, incluso vienen desde Chinandega los camiones a llevarse los plátanos y otros productos, entonces aquí mismo se comercializa”, dice Asucena, quien nos cuenta con alegría como el auto reconocimiento de las mujeres como productoras es uno de los pasos más significativos, que ella como lideresa reconoce y celebra.
“Cuando hacen encuestas ya no responden que son amas de casa, dicen “soy productora” “soy jefa de hogar” y esa visibilización desde adentro, ese empoderamiento es quizá una de las luchas más difíciles, ya conquistada. Además, como mujeres rurales y productoras aportamos a la economía de nuestra casa, de nuestra comunidad y del país. Somos las que estamos pendiente del cuidado de la tierra, de trabajar de manera ecológica, de contrarrestar los efectos del cambio climático y rescatar la sabiduría ancestral”, finaliza Azucena.
Monocultivos han destruido los suelos
Uno de los temas que más preocupan a Asucena es el desgaste de los suelos, en la zona que ellas trabajan hubo monocultivos de caña, algodón y maní. Devolverle un poco de riqueza al suelo implica varios años de prácticas agroecológicas, pero las mujeres no pueden hacerlo porque una vez que termina la cosecha, el dueño mete ganado.
Tampoco cuentan con el suficiente acceso a tecnología y conectividad, para implementar sistemas de riego o tener un sistema más efectivo para monitorear el clima.
“Yo, por ejemplo, siembro el rubro de acuerdo con el clima; si sé que habrá mucha lluvia o poca lluvia elijo el rubro que voy a sembrar; pero sabemos que hay compañeras que digamos usan el teléfono solo para llamadas. Sí. Necesitamos más acceso y capacitación tecnológica”, reconoce Asucena.
Guatemala: Discriminación y clasismo, un círculo de violencia sinfín
Al norte de Nicaragua, mucho más al norte de El Salvador, las guatemaltecas tienen una historia muy similar en cuanto a las problemáticas que enfrentan las mujeres rurales e indígenas. También carecen de tierra, créditos y visibilidad; además de sufrir violencia de parte de sus padres, hermanos, maridos y hasta de las personas que llegan a los mercados a comprar lo que ellas producen.
“Las personas ladinas les decimos nosotros (que no se identifican como indígenas), llegan a comprar y nos dicen María, a todas, de una manera despectiva como si esto fuera una ofensa, algo muy bajo. Incluso años atrás, había personas que llegaban a los mercados, agarraban los productos y ni pagaban porque se sentían con derecho sobre los productos que nosotras vendemos. Mi abuela lo contaba”, nos cuenta Claudia Dominga Saquic, 39 años.
Saquic es mujer indígena y productora de la comunidad Santa Lucía Utatlán de Sololá, en la cuenca del lago de Atitlán-Guatemala. Ella cuenta con dolor cómo en su país, el simple hecho de vestir su indumentaria tradicional es motivo de discriminación a las mujeres indígenas.
“A las mujeres se nos limitan las oportunidades, no solo de la tierra sino también del estudio, porque los padres piensan que por ser mujer, no necesita estudiar porque se va a casar y cuidar la casa y los hijos. Luego se casan y sufren violencia, no tienen dinero y son discriminadas. Eso es un círculo de nunca acabar”, agrega.
Pero no todo es blanco y negro, en el caso particular de Saquic quien con esfuerzo logró graduarse como trabajadora social, ella pertenece a la Asociación Femenina para el Desarrollo de Sacatepez (AFEDES), organización que trabaja en el empoderamiento de las mujeres indígenas y rurales.
Desde este espacio las mujeres de AFEDES han logrado establecer semillotecas comunitarias, que les permiten recuperar y resguardar las semillas criollas; además, trabajan en conjunto para atender demandas de 53 comunidades. “Llevamos apoyo a las mujeres. Somos promotoras y normalmente nos llaman para atender casos de violencia, acompañamiento en semillas criollas y nativas con el tema de la soberanía agroalimentaria, procesos agroecológicos, recuperación de conocimientos y saberes, recuperación de la indumentaria maya y la identidad”, detalla.
Bibliografía
Productividad agrícola de la mujer rural en Centroamérica y México. Cepal 2011.
Participación de las mujeres en el sector agrícola y agroalimentario de América Latina y el Caribe. Cepal 2021.
Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, datos de la ruralidad en El Salvador.