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La travesía de la niñez y juventud migrante en Centroamérica

La travesía de la niñez y juventud migrante en Centroamérica

Por Génesis R. Cruz

“Mi mamá me explicó que íbamos a caminar por montes, cruzar un río, mojarnos y dormir en una casita sola antes de reencontrarnos con ella.” Así comienza el relato de Juan Carlos Manzanares Rostrán, quien migró de Managua, Nicaragua, hacia Costa Rica, siendo un niño de apenas 11 años y acompañado únicamente por su hermana mayor, de 13. Su madre había partido un año antes, tras la muerte de su padre, en busca de un futuro mejor para su familia. “Ella era cocinera y hacía lo posible por mantenernos, pero después de dos años de esfuerzo solo alcanzaba para la comida. Decidió buscar un empleo en Costa Rica donde pudiera darnos algo mejor”, cuenta Juan Carlos.

En nuestra región, miles de niñas, niños y adolescentes enfrentan condiciones que les impiden acceder incluso a sus derechos humanos más básicos. Sus necesidades, traumas y cuidados específicos son frecuentemente ignorados, a pesar de requerir un abordaje integral. La Convención sobre los Derechos del Niño, en su artículo 2, establece que los 196 Estados Parte deben garantizar la aplicación de los derechos de las infancias sin distinción alguna por raza, género, idioma, religión, opiniones políticas, origen social o económico. “Me marcó mucho la sensación de estar abandonado, tener que correr siendo tan pequeño y pasar noches en lugares desconocidos. Recuerdo cuando nos subieron a una camioneta pequeña llena de personas migrantes. Yo iba tirado sobre los regazos de desconocidos, cansado y arratonado. Fue traumático”. Las infancias y adolescencias migrantes, en particular, son víctimas de múltiples violencias que afectan su salud física, mental y emocional. Juan Carlos recuerda que el viaje emprendido con su hermana desde Nicaragua hasta Costa Rica estuvo lleno de incertidumbre y peligros. Ambos fueron puestos en manos de un “coyote”, como se conoce a los traficantes de personas en zonas fronterizas, que ni los esperó ni los guió con cuidado.

Centroamérica ha sido históricamente una región de movilidad humana.

Migraciones, tránsito, desplazamientos forzados y persecuciones políticas han marcado nuestra memoria colectiva debido a golpes de Estado, conflictos armados, catástrofes ambientales y desigualdades. Según Naciones Unidas (2017), América y África concentran las mayores poblaciones de infancias migrantes. En América Latina y el Caribe, niñas, niños y adolescentes representan el 25% de las personas en movimiento, frente al promedio mundial de 15% (UNICEF, 2023). Éstas cifras revelan una realidad devastadora: diariamente, cientos de niñas, niños y adolescentes se ven obligados a abandonar sus hogares, enfrentándose a rutas migratorias peligrosas, ante la falta de vías regulares y seguras. A menudo, viajan como Juan Carlos y su hermana: sin documentación oficial y sin la compañía de personas adultas responsables, exponiéndose a peligros extremos.

Las infancias migrantes, refugiadas o en tránsito enfrentan riesgos como la trata de personas, la explotación y el comercio sexual, en Costa Rica, por ejemplo, la colaboración entre la unidad de refugio, la Asociación Intercultural de Derechos Humanos ASIDEHU y la Agencia de la ONU para los Refugiados ACNUR, se limita a seguir protocolos de referencia al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), una institución que carece de los recursos y legitimidad necesarios para garantizar una atención integral.

Las infancias migrantes enfrentan xenofobia y racismo en los países de destino.“El mayor desafío fue llegar y no conocer a nadie. Mi mamá trabajaba todo el día, así que mi hermana y yo pasábamos mucho tiempo solos. Al principio, lo único que encontramos fue rechazo. Los niños se burlaban por la forma en que hablábamos que era diferente a la forma de hablar acá. Fue duro”- recuerda Juan Carlos.  La necesidad económica lo obligó a dejar los estudios y empezar a trabajar casi de inmediato. “Al mes de llegar ya estaba cortando tomates con mi mamá. No pude estudiar.  Fue un golpe duro porque entendí que mi infancia se había quedado atrás, junto con mis amigos, mis juegos y mi barrio”. Aunque los Estados tienen la obligación de mantener unidas a las familias, aplicar leyes migratorias humanitarias y ofrecer alternativas a la detención o institucionalización infantil, la falta de voluntad política perpetúa condiciones de abandono. 

Hoy, Juan Carlos mira atrás y reconoce lo difícil del camino, pero también lo valora como una lección de vida. “Mi consejo para los niños y niñas migrantes es que sean valientes, que retomen los estudios y tengan la motivación de salir adelante. Estudiar puede abrirles puertas”. También percibe un cambio positivo en la recepción de la niñez migrante en Costa Rica: “Cuando llegué, el bullying era constante. Ahora siento que hay más aprecio por las infancias migrantes. Aún hay retos, pero también más gente dispuesta a apoyar”.

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Actualmente Juan Carlos tiene 32 años y vive en Palmares de Alajuela, en Costa Rica. Durante varios años se dedicó a la agricultura, pero hace aproximadamente 17 años se dedica a la tapicería de muebles. “Hace como 5 años atrás se me dio la oportunidad de viajar a Nicaragua otra vez y volverme a juntar con mi tía, que había quedado a cargo mío cuando mi mamá se vino para acá. Cambió mucho todo allá, reconocí muy poco a mis amistades, sólo reconocí como a 2 o 3. Ahora son otras personas.”   

Proteger a la niñez migrante es una deuda histórica. Según el informe “La infancia en peligro” de UNICEF, al menos 92 niñas, niños y adolescentes migrantes murieron o desaparecieron en América Latina y el Caribe en 2022. La urgencia de una respuesta integral es más que evidente.

Si estás atravesando una situación similar a la de Juan Carlos y planeas migrar, te invitamos a descargar la app Migrante. Esta herramienta ofrece información clave sobre los países de acogida, ayudándote a emprender un viaje más seguro e informado. Este artículo es una producción conjunta de Miradas Moradas, DKY, y Puntos de Encuentro, desarrollado en el marco de la campaña Migrantes

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