Por Andrea Paz | Miradas Moradas
Dunia salió a una fiesta y nunca regresó. Su feminicidio en Honduras revela una región donde ser mujer sigue siendo un riesgo; sin embargo, en El Salvador tres mujeres rompen los patrones heredados y muestran que la sanación es posible y construyen nuevas formas de libertad y cuidado.
Dunia Rosibel viajó a Lempira para descansar. Era semana Morazánica – una semana de vacaciones en Honduras – y la joven madre de 33 años quería pasar unos días con su familia y sus tres hijas. Llegó alegre, recuerda su hermano: “La última vez que la vi estaba feliz.” declaró al medio La Prensa, esa alegría fue lo último que supieron de ella. Hasta hoy, no hay capturas ni avances significativos.
¿Qué es el femicidio?
El femicidio (o “feminicidio”, tal como se lo denomina en algunos contextos) es un tipo de asesinato intencional con motivación por razones de género. Difiere del homicidio, ya que en este caso la motivación puede no tener relación con el género.
El femicidio puede desencadenarse por discriminación hacia las mujeres y las niñas.Es la manifestación más extrema y brutal de violencia contra las mujeres y niñas, que ocurre en un continuo de formas múltiples y relacionadas de violencia, en los hogares, los lugares de trabajo, las escuelas o los espacios públicos, y que incluye desde la violencia de pareja hasta el acoso sexual y otras formas de violencia sexual, prácticas nocivas y trata de personas, afirma ONU mujeres.
En América Latina y el Caribe, al menos 11 mujeres son víctimas de femicidio cada día (CEPAL, 2023), La violencia contra las mujeres en Centroamérica sigue siendo una crisis que los Estados no han logrado detener y en zonas rurales como Lempira, donde el acceso a justicia es más limitado, los asesinatos de mujeres suelen quedar atrapados entre el miedo, la normalización y la falta de voluntad estatal.
Una mirada a los datos de Centroamérica
- En Honduras, la impunidad alcanza el 96 %, una de las más altas de la región. El CEM-H documentó 231 muertes violentas de mujeres en 2024, y datos preliminares de 2025 reflejan la misma tendencia.
- En El Salvador, entre el 1 de enero y el 31 de agosto de 2025, se registraron 16 feminicidios, según ORMUSA; sin embargo, la falta de datos públicos completos impide conocer la dimensión real del problema.
- En Guatemala, la PNC documentó 357 homicidios de mujeres en 2024, mientras el INACIF realizó 553 necropsias vinculadas a violencia.
- En Nicaragua, al menos 72 feminicidios ocurrieron en 2025, según el Observatorio de Voces Católicas por el Derecho a Decidir.
El feminicidio de Dunia—ocurrido en un espacio público y en medio de un feriado nacional—es un espejo doloroso de lo que viven miles de mujeres en Centroamérica: vidas interrumpidas en circunstancias cotidianas. “Deja tres hijas”, dijo su hermano, mientras pedía una investigación que aún no llega.
¿Qué es la violencia de género?
Según Naciones Unidas, la violencia de género es todo acto que cause o pueda causar daño físico, sexual o psicológico a una mujer, ya sea en el ámbito público o en el privado. Esto incluye agresiones, amenazas, coacción, discriminación y cualquier forma de privación de libertad basada en relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.
A escala global, casi una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual al menos una vez en su vida. En América Latina la situación es aún más grave: según Oxfam, el 70% de las mujeres han experimentado algún tipo de violencia, desde agresiones directas hasta ataques psicológicos, económicos o simbólicos.
La violencia feminicida en Centroamérica no es un fenómeno aislado: está anclada en una estructura cultural y económica que sostiene la desigualdad. Así lo explica Paola Gutiérrez Pinto, de Oxfam Latinoamérica, en el podcast Tenemos que hablar: “La violencia de género tiene un sustento cultural y está completamente vinculada a las desigualdades económicas. El hecho de que América Latina sea una de las regiones más desiguales del planeta incide directamente en que las violencias basadas en género no den tregua. Y también tienen un sustento claro en la matriz cultural de la región”. Gutiérrez agrega que en los imaginarios sociales de las juventudes persisten creencias profundamente arraigadas —que las mujeres “deben estar en casa”, que “los hombres son los proveedores”, que “los hombres no lloran” y que “las mujeres son mejores para el cuidado”—, ideas que alimentan y normalizan múltiples formas de violencia. “Las violencias basadas en género son un fenómeno complejo que no responde a un único factor”, concluye.
El eco íntimo de la violencia: la historia de una familia salvadoreña
En este panorama de violencia estructural e impunidad, hay mujeres que están haciendo algo que los Estados no han logrado: romper silencios, cuestionar mandatos y crear formas distintas de relacionarse y de vivir.
En una casa en El Salvador, lejos de Lempira pero dentro de la misma región centroamericana, viven Jeimy (27), Sofía (22) e Iris, una madre y sus dos hijas que han decidido romper con las violencias aprendidas en su familia.
Jeimy recuerda, entre dolor y humor, una frase de su infancia: “Si no te lo terminás, te lo voy a meter por la nariz.” Sabe que aquello no era disciplina, sino violencia disfrazada. También recuerda las advertencias que recibió desde muy niña: “Vos tenés que tener cuidado con los hombres. Vos no sabés cómo son los hombres.” Esa frase, repetida millones de veces en Centroamérica, no sólo advierte: deposita sobre una niña la responsabilidad de su propia seguridad. Si algo le ocurre, es porque no tuvo “cuidado”. Y así comienza a operar el engranaje que sostiene la violencia feminicida.
A Sofía le tocó su propia ruptura: salirse de la iglesia, una decisión casi prohibida en su casa. “La culpa aún me cuesta, pero tenía que decidir por mí”, dice.
Ambas crecieron en un país donde la violencia feminicida persiste, pero dentro de su casa decidieron que la historia podía cambiar. Hablan de salud mental, de autonomía, de sexualidad, de límites. “Podemos ver una película juntas. Podemos hablar del cuerpo. Podemos ser”, dice Jeimy. Ese “ser” es político: significa habitar la vida sin miedo, por lo menos dentro de su hogar.
Cuando la conversación llega a Iris, la madre, dice algo que resume todo el proceso: “He aprendido tanto de mis hijas. Me siento más libre. Antes veía la diversidad sexual como un tabú; ahora no. Antes criaba desde el miedo; ahora desde la libertad”. “Den libertad. Que sus hijos exploren. Con límites, sí, pero con libertad”, afirma.
La sanación íntima de esta familia salvadoreña no borra la violencia estructural que atraviesa Centroamérica; tampoco repara el vacío que deja el feminicidio de Dunia. Pero sí muestra un camino posible: transformar las raíces culturales donde se reproduce la violencia.
Mientras los Estados fallan en garantizar justicia, miles de mujeres en la región están desmantelando, desde sus casas, los mandatos que por generaciones sostuvieron el machismo y el control sobre sus cuerpos. Están hablando, sintiendo, cuestionando, creando nuevas formas de cuidarse y de criar.
