¿Por qué seguimos contando la migración desde el dolor?

Indira G. / Gabriela P.

Este artículo analiza los riesgos de encuadrar la migración únicamente desde el sufrimiento y propone una mirada más justa: una que reconozca que las personas migrantes tienen agencia política, construyen redes y sostienen comunidades. También pone sobre la mesa que los retornos —ya sean voluntarios o forzados— forman parte del ciclo migratorio y no representan un fracaso, sino decisiones que responden a contextos, oportunidades y procesos personales. Para comprender cómo se construyen estas narrativas y cuáles son sus implicaciones, conversamos con Amparo Marroquín Parducci, comunicadora y antropóloga cultural, quien ha investigado durante décadas los discursos mediáticos sobre movilidad, violencia e identidad en Centroamérica.

Muchos medios tradicionales siguen representando la migración desde un enfoque limitado, centrado casi exclusivamente en el sufrimiento físico y emocional. Esta mirada reduce experiencias complejas a imágenes de dolor, ignorando la diversidad de trayectorias, decisiones y formas de organización que sostienen las personas en movilidad.

“En los últimos treinta años siguen predominando dos grandes narrativas”, explica Amparo Marroquín, quien ha analizado cómo las historias que circulan —desde las telenovelas hasta las redes sociales o los noticieros— moldean la forma en que se perciben la violencia, la movilidad y la identidad.  “Una es hay que migrar, porque es la única manera de salir adelante y la otra es no hay que migrar, porque te va a pasar todo lo peor.” En ambas, el punto de partida es el mismo: Centroamérica no ofrece futuro. El mensaje se repite: “Este país —y este país es Honduras, Guatemala, El Salvador o Nicaragua— no sirve, todos los políticos son corruptos, no vas a salir adelante acá.” Para Amparo, esta dicotomía no es casual: “Las narrativas antagónicas se emiten desde los países del norte global y son replicadas por el resto, porque hay una política explícita o no dicha de cómo debemos mirar la migración.”

La construcción de la persona migrante como víctima y criminal 

El regreso de Donald Trump a la presidencia intensificó y reinstauró la detención obligatoria en frontera, la separación familiar y los arrestos en ciudades santuario. En palabras del propio Departamento de Seguridad Nacional (DHS), se removieron más de medio millón de personas en situación de migración irregular solo hasta octubre de ese año, y el número de personas en custodia del ICE superó las 61 000 diarias.  (Migration Policy Institute, 2025).

Además, aumentó significativamente el número de personas en situación migratoria irregular detenidos, superando los 50,000 diarios en su punto máximo. Esto incluyó a solicitantes de asilo, familias y personas sin antecedentes penales. Según el U.S. Department of Homeland Security (DHS), para octubre de 2025 ya se había removido más de medio millón de personas indocumentadas de los EE. UU. en ese año. (Homelan Segurity, 2025, 27 de octubre). 

Órdenes de remoción: se trata de la decisión legal que obliga al extranjero a salir del país, ya sea tras un proceso de migración, asilo o expulsión administrativa.
Removidos forzosamente (“removals”): personas efectivamente expulsadas por la autoridad sin que haya sido necesariamente voluntario-negociado.
Salidas voluntarias / auto-retiro: personas que deciden o aceptan retirarse del país antes o en lugar de una remoción forzada. En muchos informes se incluyen como parte de las salidas totales.
Vuelos de deportación/traslado: la logística operativa para sacar personas del país o moverlas internamente para su expulsión; pueden involucrar vuelos a países de origen o a “tercer país” cuando no pueden regresar al país de origen directamente.
Países de destino: aunque muchos informes agregan la categoría “varios países”, es importante destacar un recorte regional (por ejemplo, México, El Salvador, Honduras, Guatemala, etc.), y también el uso de “tercer país” para deportaciones donde el país de destino no es necesariamente el país de origen de la persona.

Otra medida que ha sido utilizada es el cambio en la narrativa migratoria, se reforzó una visión criminalizante de la migración, que influye en el debate político actual. En palabras de Marroquín, esto responde a una “lógica económica y jurídica que mantiene la precariedad como condición funcional del capitalismo”: “Necesitamos población migrante a la que no tengamos que reconocerle derechos… a la que podamos pagar menos y administrar para que genere ganancias sin alterar el sistema.”

La narrativa migratoria en Estados Unidos ha sufrido una transformación profunda que convierte al migrante, antes visto como sujeto vulnerable en busca de protección o trabajo, en un “delincuente potencial” cuya sola presencia se asocia con amenazas a la seguridad nacional. Este giro narrativo, alimentado por el miedo, el racismo y el nacionalismo, ha sido instrumentalizado para utilizar a las personas migrantes como chivo expiatorio y así consolidar poder político. 

Este cambio discursivo de la migración, justifica medidas como la militarización de la frontera y la separación de familias, mientras se consolida la estrategia de “crimigración”, que fusiona el derecho penal o el crimen con el migratorio, permitiendo que infracciones menores se conviertan en delitos y que cualquier antecedente penal, por mínimo que sea, habilite la deportación. Esta lógica punitiva erosiona los principios democráticos y humanitarios que deberían guiar las políticas migratorias.

La criminalización de la migración implica convertir actos administrativos —como cruzar una frontera sin autorización— en delitos penales. Esto no solo permite detener y deportar, sino también encarcelar, juzgar y estigmatizar a personas que migran por necesidad, muchas veces huyendo de violencia, pobreza o persecución.

La narrativa que criminaliza la migración tiene impactos que trascienden lo legal y lo político. Al colocar al migrante como una amenaza, se busca despojar a las personas de su humanidad, normalizar su sufrimiento y legitimar su exclusión de los sistemas de protección, esta narrativa no opera en el vacío: se entrelaza con sistemas racistas que criminalizan y encarcelan a personas racializadas, reproduciendo estructuras históricas de desigualdad y discriminación. 

Frente a este endurecimiento discursivo, Amparo Marroquín invita a desmontar las miradas que siguen ubicando a las personas migrantes en extremos, que niegan su humanidad y su capacidad de decisión.  “Las narrativas no disuaden a la gente. Hay un gesto profundo de desobediencia civil. Nos bombardean diciendo no hay que migrar, pero la gente dice: no me importa lo que usted diga, yo voy a migrar.”

Migrar, entonces, no es solo huida, sino acto de autonomía. Las decisiones migratorias, añade, están ligadas a contextos políticos y tecnológicos cambiantes: “Un joven me decía que estudia idiomas porque va a migrar, que Irlanda le interesa porque trata mejor a los migrantes. Tiene esa claridad gracias a distintas narrativas y al acceso a la tecnología.”

Narrativas de esperanza y organización colectiva

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Para Amparo, construir narrativas de esperanza implica reconocer las luchas y logros de las comunidades migrantes en el exterior. “Los logros de la Alianza Nacional por el TPS, dirigida por hondureños y salvadoreños, son increíbles. Pelean legalmente en Estados Unidos, entienden las leyes y plantean procesos extraordinarios.”

Estas experiencias son luchas donde el pueblo organizado defiende al pueblo. “La migración es un derecho, y también lo es quedarse si uno quiere quedarse. No es un problema que haya que combatir.” Comenta la docente Universitaria.

Uno de los mayores desafíos para los medios y las sociedades centroamericanas es reconfigurar la mirada sobre los retornos. Amparo lo explica: “Los medios siguen sin entender que la deportación no es un fracaso en ese viaje del héroe, sino una realidad que deberíamos asumir de otra manera. No puedo creer que una sociedad que depende tanto de las remesas sea incapaz de organizarse para tener casas de acogida para las personas deportadas.”

Esa observación desmantela el prejuicio del retorno como derrota. “Por cada historia de tristeza y fracaso hay veinte historias de éxito”, recuerda Marroquín. “Ciertamente, pobrecito el migrante, qué duro, pero los medios siguen sin resaltar esa capacidad de resiliencia y de propuesta.”

Frente a las políticas de expulsión y las narrativas del miedo, Amparo Marroquín propone recuperar la humanidad y el poder de las personas migrantes. Debemos de reconocer a la migración no solo  como la experiencia del despojo, sino también la de decisión, la estrategia y la organización. Las personas migrantes —dice— no son cuerpos errantes, sino protagonistas de sus propias historias. En sus trayectorias resuena una verdad que las estadísticas no alcanzan: la movilidad humana es, también, una forma de dignidad.

Claves para narrar la migración desde la dignidad

Narrar la movilidad humana no puede limitarse al dolor ni al despojo. Las decisiones migratorias están atravesadas por comunidades, sueños y resistencias. Por eso proponemos las siguientes claves para contarlo con dignidad.

  • 1. Reconocer la agencia y la voz de las personas migrantes.
    Las historias no solo retratan un movimiento geográfico, sino decisiones, estrategias y proyectos de vida. Narrarlas implica reconocerlas como protagonistas y no como víctimas pasivas en tránsito.
  • 2. Cuidar la seguridad y el consentimiento.
    Las fuentes que comparten sus experiencias lo hacen en contextos muchas veces adversos. Escuchar con responsabilidad implica evitar la exposición innecesaria y proteger la integridad de quienes narran.
  • 3. Visibilizar la complejidad de los contextos.
    La migración no es solo huida; también es organización, redes familiares, acceso a derechos, trabajo comunitario y construcción de futuro. Cada historia está atravesada por múltiples situaciones que merecen ser contadas.
  • 4. Apostar por formatos accesibles y sensibles.
    Acercar el contenido a las audiencias requiere lenguajes claros, multimedia accesible y narrativas que permitan comprender la experiencia migrante sin sensacionalismo ni estigmatización.
  • 5. Usar imágenes contextualizadas y no revictimizantes.
    Las fotografías y visuales deben acompañar la dignidad de quienes migran. Evitar rostros de dolor y cuerpos exhaustos abre espacio para representar organización, esperanza y resiliencia.

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