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¿Cómo opera el privilegio blanco en nuestros cuerpos y miradas?

¿Cómo opera el privilegio blanco en nuestros cuerpos y miradas?

Por: Sofía Guzmán

Entrar a un centro comercial y ser seguida por personal de seguridad. Sentir miradas que dudan de tu presencia. Escuchar cómo tu cuerpo y tu tono de piel se convierten en sospecha. Esta es la realidad cotidiana para muchas mujeres negras. No importa su vestimenta, su acento o su estatus socioeconómico: el prejuicio racial se activa de inmediato. Esa vigilancia no es solo un acto aislado de discriminación; es una muestra concreta del privilegio blanco y de cómo opera, silenciosa pero sistemáticamente, en los espacios que habitamos.

Eveling Lambert, afrodescendiente de 40 años, lo vivió en un aeropuerto de Marruecos. Fue detenida y registrada de forma invasiva. “Me revisaron el cabello con guantes, sin explicaciones. No lo dijeron, pero lo supe: creían que escondía marihuana”, cuenta. Su cabello afro, símbolo de identidad y orgullo, fue convertido en objeto de sospecha. “Ese día entendí que mi cuerpo podía ser visto como sospecha”.

En nuestras sociedades, los estándares de belleza no solo dictan cómo debe lucir una mujer para ser aceptada o admirada; también crean jerarquías simbólicas basadas en el color de piel. Las mujeres blancas suelen encarnar el ideal estético dominante, mientras que las mujeres negras y de piel más oscura son marginadas, invisibilizadas o abiertamente rechazadas. Esta violencia estética, lejos de ser trivial, reproduce estructuras racistas, clasistas y patriarcales profundamente arraigadas.

La experiencia de Eveling en los medios de comunicación refleja este patrón. Cuando consiguió su primera gran oportunidad en televisión, le impusieron alisar su cabello para poder salir en pantalla. “No fue una sugerencia, fue una condición”, recuerda. “Me lo alisé, pero me partió el alma. Mi cabello comenzó a caerse, y con él, una parte de mi identidad”. Esta presión no es anecdótica: es estructural. A muchas mujeres negras se les exige modificar su apariencia para encajar en estándares diseñados desde la blanquitud.

El privilegio blanco es un conjunto de ventajas sociales, económicas y culturales que benefician a las personas blancas por el simple hecho de serlo, especialmente en contextos donde la blancura se impone como norma. Este privilegio tiene raíces históricas en la colonización, la esclavitud y la construcción de la supremacía blanca, y continúa operando en el presente, moldeando oportunidades, percepciones y relaciones de poder.

Aunque la esclavitud formal fue abolida hace mucho tiempo, las mujeres negras siguen sujetas a formas contemporáneas de esclavitud simbólica. Por ejemplo, se les ubica en roles socialmente estigmatizados, como el trabajo doméstico mal remunerado, y enfrentan brechas salariales incluso en los mismos cargos que sus colegas blancas. Eveling lo vivió también en el ámbito laboral. “Me tocó esforzarme el doble. Hablar mejor, estudiar más, demostrar todo el tiempo que era capaz. No podía darme el lujo de fallar”. Incluso, un colega llegó a decirle que tenía suerte de “no ser tan negra”. Lo que para él era un halago, para ella fue una bofetada simbólica: un recordatorio del filtro racista con el que se mide el valor de las personas.

Además, lidian con microrracismos diarios: comentarios sobre su cabello “exótico”, expresiones de sorpresa ante su nivel educativo, o cuestionamientos sobre por qué están en determinados espacios. Todo esto refuerza un mensaje: su presencia incomoda porque no encaja con lo que se espera de “una mujer respetable”.

La industria de la belleza ha sido una de las principales reproductoras de esta exclusión. Durante décadas, diversas marcas han promovido un único tipo de belleza: blanca, delgada, de cabello liso y con rasgos europeos. Muchas han sido señaladas por excluir a las pieles oscuras en sus gamas de productos, y por elegir casi exclusivamente modelos blancas en sus campañas. Un ejemplo fue la polémica de Dove en 2017, cuando lanzó un anuncio donde una mujer negra se quitaba una camiseta marrón y aparecía una mujer blanca, como si la “limpieza” implicara aclarar la piel. En contraste, marcas como Fenty Beauty, creada por la cantante Rihanna, rompieron con ese molde al ofrecer más de 40 tonos de base desde su lanzamiento, marcando un hito en representación y diversidad.

La socióloga feminista Esther Pineda ha señalado que a las mujeres se les exige cumplir con estándares imposibles, construidos sobre la feminidad, la juventud, la delgadez y especialmente, la blanquitud. Cuando no se encaja en ese modelo (que la mayoría no elige ni controla), se castiga simbólica y materialmente, generando vergüenza, baja autoestima y un profundo sentimiento de exclusión.

Un ejemplo extremo y doloroso de esta presión estética es el uso de productos para aclarar la piel, una práctica extendida en muchos países y que expone a mujeres negras a sustancias químicas peligrosas como el mercurio. Esto revela el nivel de violencia simbólica al que se ven expuestas: se les enseña desde pequeñas que, para ser aceptadas, deben modificar su cuerpo hasta hacerlo más blanco. Eveling reconoce haber sentido esa presión desde niña. “Nos enseñaron a dudar de nuestro reflejo en el espejo. Que el pelo afro había que domarlo. Que la belleza era otra: blanca, lisa, delgada, callada”

Desde la teoría feminista interseccional, propuesta por Kimberlé Crenshaw, se entiende que las mujeres negras no solo enfrentan sexismo por ser mujeres, sino también racismo por ser negras. Estas opresiones no se suman, sino que se entrecruzan, generando una experiencia única de discriminación. En Panamá, un estudio del Instituto Nacional de la Mujer (INAMU) y el UNFPA en 2023 reveló que el 90% de las mujeres afrodescendientes encuestadas ha sufrido violencia recientemente, y el 79.4% se ha sentido discriminada por su color de piel. Además, la constante hipersexualización de sus cuerpos en los medios y la cultura popular refuerza estereotipos dañinos que limitan su autonomía y su voz.

¿Qué podemos hacer?

Desmontar el privilegio blanco no es responsabilidad exclusiva de las mujeres negras: es un compromiso colectivo que requiere conciencia, acción y voluntad de cambio.Eveling lo expresa con claridad: “Ser mujer negra es tener que demostrar siempre que valés. Pero también es tener una fuerza heredada. Existir con orgullo es un acto político”.

A nivel individual, podemos comenzar cuestionando nuestros propios prejuicios, revisando qué voces amplificamos, qué modelos seguimos y a quiénes dejamos fuera, incluso sin querer. Leer autoras negras y racializadas, educarnos en antirracismo y escuchar (sin invalidar) las experiencias de quienes viven estas violencias es un paso indispensable.

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En lo colectivo, debemos exigir una representación más diversa en los medios, en la política, en la educación y en todos los espacios donde se toman decisiones. También podemos apoyar iniciativas lideradas por mujeres racializadas, impulsar políticas públicas que garanticen equidad racial, y rechazar activamente discursos y prácticas que perpetúen la discriminación.

El feminismo que necesitamos es uno que abrace todas las realidades, que no subordine la lucha racial a otras causas y que comprenda que no hay justicia de género sin justicia racial. Solo así podremos construir una sociedad donde todas las mujeres sin importar el tono de su piel, vivamos con dignidad, respeto y libertad.

 1 Pineda G., E. (2020). Bellas para morir: estereotipos de género y violencia estética contra la mujer (1ª ed.). Prometeo Libros.

2  Crenshaw, K. W. (1989). Demarginalizing the intersection of race and sex: A Black feminist critique of antidiscrimination doctrine, feminist theory and antiracist politics. University of Chicago Legal Forum, 1989(1), 139–167

3 UNFPA, INAMU, & AECID. (2022). Investigación sobre acción local para la prevención y atención de la violencia hacia mujeres afrodescendientes en Panamá. Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA)

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